Bueno, esto lo escribí recién. Como la mayoría de mis textos viejos no tuvo ninguna correección antes de ser publicado. xDDDD
Es algo para no estar tan pegado a la cronología, me surgió buscando los textos viejos de Nika (alpana, cuando termine de juntar los textos de Nika, te los daré a tí, sé que Jota también tiene un par, así los publicas tú todos).
Bueno, ojalá les guste. Esta es mi visión del Shinigami (la cual aplicaré corrigiendo mis textos viejos).
A oscuras
7 de Diciembre de 2014, atardecer.
Un hombre estaba en el vertedero, sentado sobre una pila de escombros, mirando al cielo, donde los cuervos volaban en círculos, como siguiéndolo. Estaba envuelto en una manta de arpillera teñida de negro, aunque por estar tan gastada se veía de un gris oscuros, con manchas negras y pardas, por la suciedad y la sangre; su rostro estaba cubierto por una máscara blanca, difícilmente visible a través del casco tornasolado de su traje SEVA, traje que sufrió tantas reformas, arreglos, composturas y modificaciones que parecía obra del Dr. Frankenstein, con unos agregados de placas de armadura militar.
– Con que aquí estabas –dijo una voz perdida en el gris del vertedero
– ¿Quién eres? ¿Qué buscas? –el Shinigami sabía que el hombre estaba detrás de un árbol
– Tú, ¿eres el Caballero Carmesí? –preguntó con miedo un stalker Bandido apareciendo de entre los arbustos
– Es… uno de mis nombres.
– Perfecto, perfecto. Oye, necesito tu ayuda.
– ¿Quieres que mate a alguien?
– ¿Cómo lo supiste?
– Es lo usual que me pide la gente…
– Bueno. Hay un hombre, un stalker de la facción Solitarios, algo tacaño. Me gustaría que lo eliminases.
– ¿Por qué lo haría? –dijo tomando su PDA
– Me debe dinero. No quiero meter a la hermandad de los Bandidos en esto, es un asunto privado.
– Sí, me lo imagino. Hay varios stalkers que ya no son “perseguidos” por ser de una facción u otra. Pero dame una buena razón para matarlo.
– Me compró un par de armas, y dijo que me las pagaría en una semana, o sea, hace tres días. Ayer lo vi embriagándose en los 100 Rads.
– Sabes que soy un asesino, no mato a cualquier cosa que se me cruce en frente. Si no me das una razón, declinaré tu pedido.
– Te pagaré. El dinero que el tipo me debe, te lo puedes quedar como recompensa, pero me gustaría recuperar mis armas.
– Sigues sin darme una razón para matarlo, algo justificable. Hay muchos sujetos alcohólicos o drogadictos, pero no los ando matando a todos. –revisaba la lista de contactos de su PDA
– El sujeto se hace llamar Hombre-Cerdo.
– Ajá. –Shinigami encontró al stalker en su PDA y comenzó a indagar sobre él en un sitio web mantenido por Sidorovich.
– Creo que era pedófilo.
Shinigami tomó su Vintorez y se puso en marcha.
– ¿A dónde vas?
– Me diste una razón. Y la acabo de confirmar en mi base datos, el tipo sí es pedófilo. Dime qué armas le vendiste.
– Dos AK 47 doradas, una Desert Eagle dorada, un Dragunov dorado y siete Makarovas de 9mm.
– Considera tus armas recuperadas.
El Sol caía en lánguida danza, como un tango en cámara lenta, bailando con el horizonte hasta desfallecer. La noche se vestía con secutores velos oscuros, encegueciendo a humanos y bestias, y la Luna asomaba sus cuernos del cuarto creciente, salpicando delicadamente sus rayos blancos, acariciando a la bestia pútrida conocida como la Zona.
El aire se volvía tóxico de a ratos. El viento juguetón movía masas de aire, llevándose el veneno, pero la Zona solo tardaba un par de horas en volver a inundar un pedacito de la atmósfera con sus nocivos gases radiactivos; era la lucha secreta entre la tierra pútrida y el aire fresco.
Un hombre vagaba por los senderos de la Zona. Su Contador Geiger pitaba como loco, pero estaba exhausto como para oírlo. Su piel tenía estrías, algunas de ellas ya eran heridas sangrantes. Por dentro su cuerpo se desmoronaba. Los rayos gama excitaban a las moléculas, las cuales se rompían, lo que hacía que las células se desintegraran, destruyendo el tejido, produciendo hemorragias y fiebre. La milagrosa droga anti-rad neutraliza los rayos gama, pero no cura; depende del cuerpo reconstruir los tejidos, las células, los átomos… cosa que a veces no sucede, a veces produce cancer, otras produce mutaciones, y algunas veces las células solo quedan destruidas sin poder regenerarse.
Este hombre no llevaba la droga anti-rad. Sucumbió. Su cuerpo estaba cálido, tibio, se sentía bien, se sentía a gusto, cómodo, feliz, no se daba cuenta de que su cuerpo se deshacía por dentro. Murió por una hemorragia interna.
Un grupo de cuatro stalkers pasaban por el camino. Vieron al hombre muerto, que había desfallecido por culpa de la radiación hace poco. Se burlaron. «Otro imbécil que atraviesa un campo de radiación por no conocer el sendero» decía uno de ellos. Se aprovecharon de la pobre víctima. Le quitaron todas sus pertenencias y le dieron un tiro en la cabeza con la Desert Eagle. El desgarrador estruendo resonó más allá del valle, pero solamente parecía otro acorde en la sinfonía de disparos, explosiones, gritos y aullidos que suenan siempre en la Zona.
Una figura negra paseaba de manera errática pero con rumbo fijo; era la única forma “segura” de caminar sin recibir un balazo. Ese hombre paseando en la oscuridad, como esquivando la nada, se movía sigilosamente sin hacer ruido alguno. Su cuerpo estaba envuelto por una manta de arpillera negra, lo que lo hacía invisible en la oscuridad de la noche pervertida que masturbaba a la maltrecha zona, produciendo un brillo carmesí en la central, que a veces se volvía amarillo para tornarse verde y luego de vuelta al rojo, visible solamente en el lésbico acto de la noche rozando la superficie densa y contaminada de la Zona. Y el hombre de arpillera negra seguía su rumbo fijo, seguido por cuervos secretos quienes sabían que encontrarían cena servida.
El grupo de los cuatro stalkers marchaban por el Oeste del Vertedero, cerca de Agroprom, tomando un camino más largo hacia el Cordón, un camino “secreto” que nadie más se atrevía a tomar por sus supuestos peligros.
Iban en silencio. De vez en cuando uno soltaba un gas, sea por arriba o por abajo, produciendo risa en sus compañeros. Uno de ellos tenía la botella en la mano. La dejó caer. Los demás escucharon el ruido del vidrio golpeando el pasto sin romperse, algo extraño que sucede cuando la gente espera que la botella se rompa.
El ebrio estaba tumbado en el suelo, boca abajo. Con la placa de armadura de su traje de stalker y su máscara anti-gas era imposible saber si respiraba o no. Lo levantaron entre dos, cruzando los brazos del desmallado sobre los hombros de quienes lo cargaban.
El que iba adelante, jugaba con la Desert Eagle, haciéndola girar sobre su dedo. De repente, el arma se disparó sola, retumbando en todo Agroprom y el Vertedero, pues su dueño se olvidó de ponerle el seguro. El que iba a la derecha, cargando al ebrio, cayó muerto. El que iba al a izquierda sujetó con fuerza al ebrio para que no se cayera.
– ¿Qué hiciste, imbécil? ¡Mataste a Halcón Cojo!
– Cerdo, te juro que no fui yo. El arma se disparó hacia delante. ¡Si hubiera disparado hacia atrás hubiera atravesado mi hombro!
– ¿Entonces cómo murió el Halcón? ¿Vino la Muerte y se llevó su alma?
– Tal vez… creo… ¡No sé! Ya sabes que la gente aquí se muere por cualquier cosa. Además, está el loco de la gabardina roja que dice ser “la Muerte”.
– No me creo esas historias ni por todo el dinero de la Zona. Ahora, quítale las cosas al muerto y ayúdame a llevar al ebrio.
El stalker no se movía. Hombre-Cerdo se enojó aún más. Pero vio un hilo de sangre brotar de la garganta de su compañero. Luego otro, y otro, hasta que se hizo evidente el corte en el cuello y cabeza rodó por el suelo.
– Mierda. –dijo el Cerdo tomando su Desert Eagle con la mano izquierda, a pesar de no tener buena puntería con esa mano.
– ¿Qué pasa? –se escuchó una voz ronca
– ¿Estás despierto? Bien. Alguien o algo mató a Halcón Cojo y a Pedro Sucio. ¿Crees que puedes sujetar un arma al menos?
– Sí, creo que sí.
– Muy bien. Las cosas que le robamos al Bandido están en mi mochila, toma la Desert Eagle dorada.
– Oye, Cerdo…
– ¿Qué pasa?
– Co… b…
– ¿Qué cosa?
– ¡Konban wa!
La cabeza del Hombre-Cerdo explotó por la enorme fuerza de la Desert Eagle a quemarropa. El stalker aún estaba agarrando fuertemente el torso de Cerdo cuando el viento arrancó el manto de arpillera negra del cuerpo del ebrio y la máscara anti-gas cayó al suelo, revelando una gabardina roja sin mangas bajo una placa de armadura pectoral. Era el Shinigami, con su máscara de calavera, quien se ponía de nuevo el casco de su SEVA.
Cuatro cuerpos sin vida se encontraban a su alrededor. Los cuervos voraces descendían para encontrarse con su suculento bocado, antes de que los perros huelan la sangre manchando el barro radiactivo.
«Konban wa», “Buenas noches”, esas palabras tenían una fuerte connotación. Solo una persona las utilizaba de esa manera. Solo una persona se “despedía” así. Esa persona tomó su manto de arpillera negra, se envolvió, abrazado por ese manto, y emprendió su viaje al Este, hacia las ruinas de la ciudad de Chernobyl.