Desperté en el lúgubre camión en el que había empezado mi viaje, las gotas de lluvia caian sobre mi cara, deslizándose cual lágrimas. Miré a mi alrededor, los otros Stalkers estaban mutilados, atisbé a lo lejos unas sombras difuminadas, moviéndose en manada hacia el lejano y gris orizonte, mutantes pensé, menuda bienvenida da la Zona a los recien llegados.
Me levanté, aún confuso, el diluvio parecía incesante y yo no sabía que hacer, ni a donde ir uno de los Stalkers tenía un arma, enganchada a un cinto, tenía miedo que al intentar cogerla, el reaccionara agarrando mi mano, pero no lo hizo... sin duda, estaba muerto. Reconocí al otro Stalker que tenía a su lado, Dima fue el único con quien conversé al subir al vehículo, tenía la tez desfigurada, a causa de un arañazo y los brazos llenos de magulladuras, no sabía por que había sobrevivido, pensé que debería haber muerto. Quizás hubiese sido lo mejor.
Empezé a andar,hacia un bosque tenebroso, con árboles retorcidos con ramas siniestras, como dedos acusadores que me señalaban. No sé cuanto tiempo pasé, minutos, horas... pero me recorría la sensación de que las sombras se movían, los árboles se cerraban tras de mí, y un terrible mal me acechaba.
Empezaba a anochecer cuando vislumbré una casa, con la fachada ennegrecida, una ventana rota y una puerta entreabierta. Me apresuré, para llegar a la casa antes de que las últimas luces del crepúsculo expiraran. La casa era muy diferente de cerca, daba más sensación de abandono, inspiraba tristeza pero era el único sitio donde podía pasar la noche. Entré y había una sala, con una chimenea y una butaca, en la butaca había un extraño personaje.
Hola, me gustaría pedirle algo – Le dijé tocandolé el hombro, se giró de repente, era un hombre pálido, con la mandibula desencajada. Intentó morderme, pero reaccione rápido, impulsivamente, puse el cañón bajo su barbilla y apreté el gatillo. Un estruendo rebotó por la vacia casa, el hombre cayó al suelo, estaba atemorizado, recorrí la casa en busca de algún lugar de donde esconderme no solo de lo que podría atacarme, si no también de mis pensamientos. Encontré una trampilla, la abrí y pude comprobar que era una despensa, me metí dentro y la cerré. Me encogí como un gato sobre las frías baldosas, y intenté concebir el sueño.