Hace ya dos semanas que salimos del pantano. Estuvimos por allí un tiempo antes de empezar a notar que no hacíamos negocio y que tendríamos que movernos. La base de Cielo Despejado no era un mal sitio para vivir, pero ya habíamos trillado casi todo el territorio cercano al Patio de Máquinas y la posibilidad de encontrar algo de valor era mínima. El último día, a media mañana, conseguimos recoger un viejo motor Convekt Irodia de 130 caballos, roto e inservible, soldado por el óxido a la popa de una antigua lancha motora. Lo vendimos inmediatamente por un puñado de rublos y nos preparamos para partir. Compramos provisiones, munición de postas para mi TOZ y algo de agua limpia, embotellada en un bidón cilíndrico de plástico sin etiqueta. Mi compañero Serguei insistió en adquirir tambien una vieja brújula militar, con su cápsula de metal dorado y un cordón de cuero marrón para llevarla en el cuello. Yo le dije que probablemente estaba desimantada y que no le serviría, pero él pagó 20 rublos por ella y se la colgó de la pechera del traje como si fuera un relicario.
Llegamos a la antigua estación de trenes en la madrugada del último sábado de octubre. El aire de la mañana era frío en el Vertedero y te dejaba un cierto regusto metálico en el paladar. Varios grupos de stalkers, envueltos en mugrientas mantas de franela gris, nos miraron pasar mientras buscábamos algún rincón seco donde dejarnos caer. Encontramos un buen sitio, debajo de la torre oeste y una vez que reunimos unos cuantos cartones, nos desplomamos para descansar un rato.
Serguei cortaba parsimoniosamente unas rodajas de embutido grasiento con su navaja, mientras que yo, todavía aterido por el frio matutino, luchaba por encender una pequeña fogata. Sin dejar de raspar los fósforos humedecidos, le hablé.
- Escúchame, nos queda poco dinero. Tenemos que decidir donde vamos.
- Mira Alexander, este sitio me gusta. Podemos quedarnos unos días por aquí y luego decidir.
- Ya te dije que nuestro destino podría ser Yantar. Allí hay buenos técnicos.
- Si, y tambien hay zombis…. sabes que no me gusta ese tipo de compañía…
- Encontraremos buen material en Yantar… si somos prudentes y no nos alejamos demasiado del bunker de los técnicos, no tendremos problemas….
- Ni hablar. ¿Ya has olvidado lo que le ocurrió a Stephanos el Bizco?.
- No, no lo he olvidado. Fué imprudente y cometió un error, eso es todo.
- ¿Un error?, ¿un error…? el Bizco se metió a dormir dentro de una tubería del colector de aguas, fuera del bunker. Y cuando quiso darse cuenta, tenía zombis dentro, a ambos lados de la tubería…
- Estaba borracho y somnoliento, no debía haber cometido esa imprudencia.
- Joder!!... lo devoraron vivo, solo quedaron las suelas de sus botas…!
Mi compañero Serguei tenía razón. La Zona es una mala amante, bella y perversa, y a veces cruel y despechada. Probablemente no era buena idea ir a Yantar. Pero cuanto más al Norte nos movieramos, más posibilidades tendríamos de hacer algo de dinero fácil. Coloqué mi arma entre mis rodillas, y empecé a bruñir los dos cañones paralelos con una bola de estopa mojada en parafina y vodka. Mientras tanto, mi compañero, terminado de desayunar, golpeaba levemente las brasas de la hoguera con la puntera de su bota mientras reflexionaba.
De forma silenciosa, casi imperceptible, el cielo encapotado que teníamos sobre nuestras cabezas empezó a oscurecerse con unos sombríos tonos plomizos. La arenilla oscura que teníamos bajo nuestros pies comenzó a bailotear, como si una manada de mastodontes se acercara al galope desde la lejanía. La vieja herida de bala de mi hombro me recordó con un latigazo eléctrico que seguía allí y lo que significaba; el preludio de una emisión.
Serguei notó tambien los avisos, al igual que todos los stalker veteranos que se encontraban fuera de la base, y de un manotazo, recogió su mochila. En ese momento, una sirena estridente sonó avisando a todo el mundo que una emisión se iba a producir.
El primer trueno ensorcedor fué seguido de un temblor de tierra que movió los cimientos del edificio. Para entonces, todos los stalkers estábamos dentro de la base, agrupados junto a un viejo vagón de tren color verde botella, acurrucados y con las manos en los oidos para evitar quedar sordos. La radiación púrpura, repiqueteaba sobre las planchas de hierro oxidado que servían de improvisado escudo contra la muerte invisible. Pequeños relámpagos de electricidad estática serpenteaban por las escaleras metálicas, dejando un penetrante olor a ozono. Todos teníamos la cabeza baja, esperando con silencioso fervor que esa emisión fuera corta en el tiempo.
Uno de los stalkers situados a mi izquierda fué el primero en advertirlo. A través de la pesada puerta entreabierta del hangar ferroviario, en mitad del rojo fuego nuclear, una figura corría trabajosamente para salvar su vida. Era un stalker joven, con los ojos desencajados, que corría ya sin fuerzas para intentar alcanzar el refugio. Vestía una ligera chaqueta de tela de saco y su máscara colgaba trabajosamente de su cuello. Le quedaban pocos metros para alcanzar la puerta del hangar, pero todos supimos que no lo conseguiría. No serviría de nada gritarle para darle ánimos y hubiese sido una locura intentar salir para ayudarle. Ese joven stalker estaba sentenciado y todos los sabíamos.
Una veintena de metros antes de la puerta del hangar, el joven se paró sin fuerzas y sin resuello, y una segunda ola de la emisión lo alcanzó de lleno por la espalda. Lo bamboleó como a un muñeco roto mientras su cuerpo se deshacía y su sangre hervía por la radiación gamma. Un par de brazos, quemados y negros como sarmientos de vid, se alargaban hacia la puerta en un último y desesperado intento por alcanzarla.
- ¡¡Por Dios santo!!, ¡¡Qué alguien haga algo!!
- ¡¡Serguei!!, ¡¡Serguei!!, tú estás más cerca…!! No lo dejes sufrir…!!
- ¡Vamos, disparadle!! ¡¡Cabrones, haced algo por ese chico…!!
Mi compañero salió de su estupor inicial y agarrando mi TOZ, metió dos cartuchos. Estaban bien engrasados con parafina y entraron si dificultad. Con el pulso tembloroso levantó el arma y apuntó. Los dos disparos fueron simultaneos y alcanzaron limpiamente el pecho del joven. Un humillo grisaceo llenó el espacio en el que todos estábamos acurrucados con cara de espanto. El stalker había muerto y no se podía hacer nada más.
Aquella noche, enterraron al chico en un montículo fuera de la estación ferroviaria, al lado del esqueleto oxidado de una torre de suministro eléctrico. Los restos del cadaver tenían tanta radiación que hubiese sido una locura darle sepultura dentro de la base. Mientras fumábamos unos resecos cigarrillos Petry, mi compañero Serguei permanecía pensativo y alejado. Sospecho que fué la primera vez que había disparado a un ser humano, y además, no era un enemigo, sino un compañero stalker, un chico joven y con un futuro. Un grupo de stalkers solitarios, habian dejado abandonada una fogata encendida en la pared norte de la base, con un par de colchones húmedos y amarillentos, rodeados de botellas de vodka vacías y colillas, y pausadamente, nos sentamos allí para hablar.
- Escucha Serguei, era lo mejor que podías haber hecho
- Lo sé…lo sé… Me costó mucho disparar, pero sé que era lo mejor….
- Sí, lo era.
- No me acostumbro a esto. No me gustan las armas, ya lo sabes.
- Era la única solución, compañero. Hicistes lo que debías, y lo hicistes bien…
- Ese chico…. tuvo que sufrir muchísimo….
- Bueno… tranquilo…. creo que mañana podemos salir para Yantar… si quieres…
Mi compañero asintió lentamente con la cabeza y se acurrucó en el colchón mojado. Mientras tanto, yo planeaba mentalmente el itinerario para llegar al bunker de los científicos. Tal vez, con algo de suerte, conseguiríamos encontrar algún artefacto y venderlo a buen precio. Pero me preocupaba el mal estado del acceso a la zona de Yantar y los posibles encuentros con mutantes en el área más alejada de ese sector.
Cerca de las cinco de la mañana, levantamos el campamento y salimos del Vertedero en dirección a Yantar. Nuestro desayuno había sido rápido y frugal; un par de latas de carne fría y un trago de vodka. El día se presentaba algo nublado y con una fina lluvia, pero el camino no estaba embarrado y era todavía practicable. Estuvimos andando bastantes horas antes de hacer un alto en el camino. Localizamos un pequeña colina, rodeada de arbustos de color pardo y con un tronco de arbol retorcido en la cima. Yo saque mi detector para comprobar los niveles de actividad y ví que no había rastro de radiación. Serguei extendió una lona militar sobre el armazón de una rama del arbol y atando las puntas con cuerdas de nylon verde, construyó una primitiva tienda de campaña. Me dirigió un sonrisa mientras extendía la lona, recordándome como la consiguió; engañando a dos soldados novatos del puesto de guardia del Cordón, a los que embaucó con una mala colección de revistas pornográficas holandesas y una botella de bourbon americano, mientras les robaba en sus narices la lona de vivaqueo, nueva, limpia, bien doblada y con un interesante patrón de camuflaje ‘european forest’.
Estaba cayendo ya el crepúsculo cuando, a la luz de la fogata, preparamos una sencilla cena; unos trozos de carne rosada comprada en el Vertedero, atravesados en ramas de abedul y puestos al fuego con algo de especias. Cuando estuvieron bien tostados, los degustamos mientras mirábamos hipnotizados las llamas anaranjadas del fuego de campamento.
- Oye Serguei, según mis cálculos, mañana por la mañana llegaremos al bunker de Yantar. Me interesa comprar baterías nuevas para mi detector. Está seco.
- Es una buena idea. Yo necesitaría comprar unos pantalones reforzados y ver si encontramos algunas latas de cerveza checa.
- Si, me parece bien. La cerveza checa es la mejor. Y las mujeres checas tambien.
- Nah, las mujeres polacas son las mejores. Tienen unas tetas inmensas y sus piernas no parecen tener fin….
- Pues yo tuve una vez una novia checa. Dranya se llamaba. Trabajaba de cajera en un cine de Minsk y era una autentica pantera en la cam……
En ese momento, un ruidito, leve y poco preocupante, empezó a sonar. Parecía como si un chorrito de mercurio rodara por dentro de una caracola de playa. Nos miramos con cara de asombro contenido, pero yo ya tenía la mano en el seguro de mi arma. Lo peor que nos podía pasar era encontrarnos con algún chupasangre de noche. Pero no. El ruido de un chupasangre era como un rugido ronco y obsceno, y esto era más parecido a otra cosa; como el ruidito de un mecanismo de cuerda de un antiguo juguete mecánico.
- ¿Qué coño es ese ruido…?
- Creo que sale de tí, colega… sale de tí…
- Joder… ¿qué es esto…?
Serguei se llevó las manos a la chaqueta y alzó la cápsula dorada de su brújula. La aguja estaba girando como loca y producía ese extraño y musical sonido. Me miró, al principio divertido, y luego sorprendido. Se levantó lentamente con la brújula en la mano y ví como se dirigía despacio detrás del arbol. Yo encendí mi linterna frontal y le seguí.
- ¿Sabes Alexander?, creo que no vamos a necesitar tu detector. Creo que esta brújula me está llevando hacia algún artefacto valioso.
- Ten cuidado tio, vas demasiado depris…..
En efecto, la brújula le estaba señalando un destino, pero no era bueno. Mi compañero se hallaba a seis metros delante de mí y entonces note algo raro frente a él. La luz de mi frontal parecía curvarse y caer hacia el suelo como si fuera de materia elástica. Levanté la mano para advertirle pero ya era tarde. Algún tipo de anomalía gravitatoria estaba justo a su lado. Y le agarró las piernas. Parecía como si se hubiera hundido en el suelo, pero una nube de sangre pulverizada y trocitos de hueso me estaba salpicando la cara, dándome a entender que las extremidades inferiores de mi compañero ya no existían.
Intenté acercarme a él para agarrarle las manos, pero su cara desfigurada y los violentos movimientos de la anomalía gravitacional me lo impidieron. Solo pude retroceder arrastrándome en el polvo. Ví en sus ojos una petición de súplica, flotando en el pastoso mar de su dolor y supe, lo mismo que él, lo que tenía que hacer. Mi vieja escopeta TOZ hizo su trabajo con su normal eficiencia, liberando a Serguei de su agonía. Aún así, los pocos restos sanguinolentos de su cuerpo seguían girando y volteando alrededor de un pozo de luz curvada. Mi amigo ya era historia. Aquella anomalía, que fué la primera y última vez que la ví, y que después supe que la habían bautizado como ‘Anzuelo’, se había llevado a mi compañero de viaje. Meses más tarde, me enteré que un stalker solitario había encontrado un raro artefacto cerca de allí, algo parecido a una cajita dorada, capaz de deformar levemente la luz, creando bonitos efectos de colores. Creo saber de qué se trataba.