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Hetzau
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DESCONECTADO
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Anomalía
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Lo prometido siempre es deuda. Aquí os dejo la continuación del primer relato. He preferido "trocear" los originales en partes más breves. Al revisar los textos, los he reeditado para hacerlos más intensos en lectura y ante todo, digeribles. Espero que no tengáis ningún inconveniente en que los vaya publicando así, en partes compactas. Os deseo una grata lectura.
Un saludo, camaradas
"Era un día gris como otro cualquiera. Tanto en color, como en atmósfera. Las nubes amenazaban con lanzar una cargada lluvia, pero ya era un hábito. Los hábitos se habían convertido en malos hábitos turbulentos, reconvertidos en una sencilla cotidianidad.
En un ancho páramo bajo las montañas, a pocos kilómetros de los antiguos colegios abandonados, Kampa rastreaba un destacado montículo en busca de chatarra para vender. Lo cierto es que su método de rastreo era la perfecta imagen de un auténtico animal carroñero. Todo lo que La Zona escupía o ignoraba, se lo quedaba él. Los cadáveres, las piezas de viejas fábricas, los documentos de antiguos talleres, las piezas de herrumbrosos vehículos...Todo lo que había sido despojado de vida, le servía como fuente de supervivencia.
Kampa era patético en todos sus sentidos. Su estatura era más bien baja, con el cuerpo casi siempre encogido, esperando lo peor, receloso de su entorno. El nerviosismo le escalaba desde pies a cabeza, enfatizando sus grandes ojos saltarines, que siempre miraban en todas las direcciones.
Se resguardaba del fresco viento con un largo abrigo de piel y cuero cuyo color era la mezcla casi proporcional de tierra, polvo, fango y restos de vodka barato y sangre seca. Los pantalones, al igual que el pequeño chaleco improvisado que llevaba, eran, al igual que el abrigo, de por lo menos dos tallas más que la suya. Sus musleras incorporaban varios bolsillos y diminutos fardos atados con simples cuerdas, para guardar todo tipo de chapuzas y objetos que se iba encontrando.
Sus mugrientas botas, negras –no se sabía si por la suciedad o por matiz natural– iban recogiendo con la húmeda suela desechos del suelo. Era la única prenda que tenía de su talla. A la hora de correr, ningún Stalker miraba atrás, simplemente tenía los cordones bien atados y los tobillos dispuestos a lanzar los talones a una carrera explosiva.
Encapuchado como de costumbre, parecía más bien un mutante enano que no una persona normal. Aunque en La Zona, el concepto de normalidad se había invertido totalmente. Y es que la belleza tampoco le sonreía, porque el degaste y la apatía le habían marcado la cara de roña, cicatrices y acritud. Cualquier habitante de La Zona juraría que Kampa desayunaba limones contaminados.
Pero, pese a sus desgracias y sus miserias, Kampa era un sensacional rastreador de cuerpos. A menudo se perdía al atravesar cenagales y pastos secos, y siempre iba tenso, pero eso sí, nadie tenía los dedos tan largos y veloces como él. Los cadáveres que se encontraba parecían una extensión más de sus articulaciones: podía desplumarlos y saquearlos perfectamente en apenas unos segundos. Kampa era una rata humana, pero una rata audaz.
En La Zona, los muertos eran producto del azar, tan caprichoso como retorcido. Unos habían sido fulminados a tiros, y otros descuartizados por bestias. Algunos, simplemente, la palmaban por contaminación o atrapados en una letal anomalía. Y aquí entraba el papel de Kampa; era uno de esos que vivía de los muertos, como un enterrador, sólo que en su profesión, los desenterraba.
Casi siempre conseguía chatarra de segunda que le daba lo justo para comer y comprar algunas balas sueltas. En los cadáveres había poca cosa, desde relojes, cargadores casi vacíos, cinturones de piel con bolsillos adosados o gorros reforzados, hasta abrigos de cuero, botas de montaña y algún que otro chusco de pan mohoso. Los pesos pesados estaban fuera de la capacidad de sobrevivir de Kampa, donde las facciones se mataban en una sangrienta guerra y los mutantes crecían en poder y aspecto, avalados por incomprensibles anomalías.
Los antiguos dueños de objetos iban desde los muy miserables hasta los simplemente pobres, pasando por decentes restos humanos que lucían trajes relativamente nuevos, muy de vez en cuando. La mayoría de ellos se vendían por piezas, para reparar otros trajes de mayor calidad. Así era como Kampa iba subsistiendo, negociando con los muertos y con los mercaderes.
Mientras Kampa se acercaba a un claro que coronaba el montículo, donde había descubierto un par de cuerpos, echaba cuentas de todos los cadáveres que había despojado y dejado literalmente desnudos. Sólo podía pensar una terrorífica cosa, y es que su trabajo únicamente ayudaba a los mutantes a tener una digestión de huesos y carne más suave.
Al llegar a la cima del claro, la sonrisa de Kampa estaba conquistada por sus marrones encías. Su vida era totalmente opuesta a la de cualquier otro habitante de La Zona, salvo los rastreadores pobres como él. Cuando veía un par de muertos, como los que había allí, se alegraba de que estuvieran bien fritos, listos para su rutinaria inspección."
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