-
Hetzau
-
-
DESCONECTADO
-
Anomalía
-
- Mensajes: 9
- Gracias recibidas 6
-
-
|
Y aquí os dejo la tercera parte. En el título he añadido un poco más de información, por si alguien añora un título más concreto. Probablemente, para el resto de publicaciones sobre Kampa, el Stalker ratero, usaré ese título. Siento añadir que, seguramente, hasta el fin de semana que viene no tendré tiempo libre para postear la siguiente parte. Bueno, disfrutad mucho y arrancad la semana con una buena botella de Vodka Cosaco.
Un abrazo, camaradas
"Tirados en el suelo, había dos cuerpos humanos. Como si fueran inmundicia vulgar, estaban rodeados por un par de bidones roídos y tablas de palés gastados. Kampa se acercó pausadamente y desenvainó un cuchillo con más suciedad que los guantes agrietados que abrigaban sus esqueléticas manos. Se aproximó al centro de lo que fue un fuego improvisado y comprobó que llevaba mucho tiempo apagado.
Era una hoguera porque la experiencia le decía a Kampa que lo era, pero apenas se reconocía un círculo de piedras descolocadas que bordeaban el centro de un montón de porquería carbonizada. Los cuerpos, irreconocibles para alguien vulgar, asumían rasgos de Stalkers veteranos:
Ambos llevaban modelos de máscaras antigás de circuitería cerrada, completamente enmohecidas y agujereadas por un par de ratas que Kampa ignoró por experiencia. Mientras tuvieran un cuerpo que roer, no necesitarían otro al que asaltar. El Stalker rastreador siguió observando. Dos AK/47 con los restos de una mira telescópica descansaban muy cerca de los despojos. La lucidez y valía de las armas se había consumido hacía semanas o meses. Los cañones estaban roídos por el óxido y la madera de las culatas se había podrido tanto como sus antiguos propietarios. Las emisiones lo engullían todo a su paso, disolviendo –literalmente– cualquier probabilidad de subsistencia.
Kampa masculló una maldición y descompuso su expresión con tanta fuerza que parecía que le hubieran pegado un tiro en las entrañas. Poco había allí que valiera la pena. Media tarde de viaje y cientos de molestias para volver con las manos y el estómago vacío. Los chalecos apenas se mantenían para tapar los descompuestos cuerpos que había debajo.
Aunque desilusionado, Kampa sacó a relucir su siniestro don. Con el cuchillo en mano, se acercó a los cadáveres y empezó a cortar y a desatornillar de aquí y allá, con la misma naturalidad –y velocidad– que un cocinero blandiendo su cuchillo sobre una tabla de picar verduras. El sonido de su hoja se cortejaba con los tímidos gemidos de las ratas, como si todos los allí presentes formaran parte de la misma miserable especie.
Al primer cadáver le seccionó los colectores respiratorios de la máscara. A menudo, los comerciantes y los técnicos necesitaban piezas independientes para hacer ñapas y reparaciones concretas, pero poca gente lo sabía, y los roedores como Kampa sacaban provecho de ello, guardando los trucos en lo más profundo de sus corazones. Al fin y al cabo, esos secretos eran los que le mantenían con vida.
Al otro cuerpo le arrancó muy delicadamente un pedazo de chaleco que se había conservado rígido, justo en el tórax, donde sabía de sobra que encontraría ensambladas láminas de refuerzo de valioso Kevlar. Estaban un poco golpeadas y sucias, pero sanas. Con un poco de saliva y una capa de pintura, darían el pego por unas nuevas.
Kampa ya estaba servido –que no satisfecho–, pero su instinto le arreó en las narices. Su llama de Stalker inquieto le recorría por la cabeza y absorbía sus pensamientos como una anomalía Vórtice. No tenía explicación que dos Stalkers veteranos hubieran caído solos, en el culo de La Zona, sin tener absolutamente nada encima de mínimo interés. Ningún bandido patearía tantos kilómetros sin ni siquiera dejar su evidente rastro de rudeza y saqueamiento. Tampoco era una zona frecuentada por mutantes ni anomalías. Ni si quiera los cuerpos tenían señales letales específicas.
Algo o alguien había fulminado a aquellos tipos, y los cálculos empezaban a fallarle a Kampa. Empezó a mirar a su alrededor, desvistiendo con sus ojos cualquier elemento de interés. Su intriga le arrastró hacia unos contenedores de basura que había unos metros más allá, en una ligeramente pronunciada pendiente. Mientras se acercaba y se guardaba las cosas que había cogido, empezó a pensar que dos Stalkers veteranos eran pocos para que hubieran llegado tan lejos sin ningún otro acompañante. Aunque también era cierto que por la misma ilógica natural de La Zona, la realidad podría haber sido completamente distinta.
Kampa abrió el contenedor y husmeó de un lado a otro como quien miraba dentro de una nevera para calmar las ganas de saciarse. Dentro del cacharro sólo halló arena, barras de acero y demás materiales de bastimento de obra y suciedad inservible. Crispado de ira, Kampa cerró el contenedor de un golpe seco y descargó su ardiente arrebato propinándole una exagerada patada que le hizo temblar hasta los huesos de la espalda.
El contenedor se volcó por la pendiente y escupió con brusquedad toda la inmundicia que contenía.
-¡Me cago en los cien mil muertos de la reputa existencia de La Zona! –berreó Kampa casi atragantándose en el acto. Hasta un Controlador se hubiera achantado ante la salvaje potencia del grito–. ¡Qué puto dolor! ¡Joder! ¡Joder! ¡Creo que me he roto un dedo!
Kampa empezó a dar vueltas sobre sí mismo mientras gimoteaba, hasta que en una de las torpes vueltas, distinguió algo entre toda la porquería que había vomitado el conteiner. Allí había un bulto grande, una silueta, un cuerpo humano. Sin duda, era el cadáver de un Stalker, pero éste, sorprendentemente, tenía mejor aspecto que los otros dos.
-Vaya, vaya, vaya…Tú estarás muerto, pero estás mejor muerto –susurró Kampa para sí, olvidando totalmente el dolor, mientras se acercaba cojeando al cadáver.
El cuerpo había quedado boca abajo, como si estuviera besando la tierra. Había caído con las piernas abiertas y desiguales en postura, pero con los brazos recogidos sobre el pecho y las manos cerradas, una sobre la otra. Kampa se puso algo nervioso. Para una persona ordinaria, sólo era un muerto de fotografía. Para un Stalker ratero de La Zona, eso podía ser signo de cualquier mal augurio. "
|