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Hetzau
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Anomalía
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Un gran saludo a todos los del foro. Llevo muchísimo tiempo pasándome por aquí, pero nunca decidí registrarme, así que ya iba siendo hora de hacerlo. He pensado en dejaros un relato corto de varios que tengo escritos sobre el universo STALKER. Normalmente no suelo escribir ficción, pero echaba de menos el género. Si os gusta, podré subir más. Espero que lo disfrutéis. Un abrazo a toda esta gran comunidad
"Las recientes radiaciones habían consumido, si cabía, lo poco que quedaba de sentido en La Zona. Las últimas tormentas de emisión habían despellejado a las nubes de su sedosa y esbelta silueta, ahora profanadas con un perpetuo color corrosivo.
Parecía que el cielo en sí mismo estaba decorado de trozos de chapa roída por las ratas de un vertedero de residuos. Y que en cualquier momento, iban a caer en puñados como una lluvia de meteoritos. El día se confundía con la noche, y la noche con el día. Las estrellas, desaparecidas, comenzaban a formar parte de la imaginación, y un tono carmesí-azabache colgaba de la bóveda celeste, arañada muy a menudo por cegadores relámpagos.
De todas formas, aunque los astros se pudieran ver, ¿quién querría hacerlo?
El desencanto era más que evidente. A nadie le importaba ver una cosa brillante en el cielo. Ni daba dinero, ni daba comida. Para los habitantes de La Zona, esa nostalgia era una enorme estupidez, fruto de vivir atrapados en un pasado irreal, desdibujado por la imparable radiación. La Zona lo había cambiado todo. Y ella misma se cambiaba para sí. La naturaleza, por primera vez, no se respetaba. No había patrón, ni sentido. Las reglas de la naturaleza quedaban enterradas en las ciénagas, disueltas entre ácido químico. La era de la mutación.
Los científicos, los grandes eruditos, fetichistas de lo inexplicable, escupían sobre el firmamento que tantas sorpresas les podía haber deparado años atrás. El cielo perdió parte de su protagonismo desde el día que la tierra vomitó aquella inusual catástrofe. La mayoría de ellos concentraban todas sus horas y afán -incluso la vida- en estudiar extraños artefactos y anomalías, postergando algo que ellos creían nuevo y no lo era, cayendo en el mismo error de base: la necesidad de contestar a las preguntas que no tenían respuesta.
Por otra parte, a nadie le importaban ya las estrellas, ya que los pocos que se adentraban en La Zona no se podían permitir el antojo de mirar hacia un lugar que no fuera delante de sus narices durante más de 5 segundos -y acariciando el gatillo con recelo-. Si lo hacían, podían considerarse carroña para los Snorks.
Pero lo que realmente importaba -o no importaba, mejor dicho- es que nada aparecía desde ahí arriba, salvo lluvias ácidas o trastornos atmosféricos que hacían de La Zona una trampa mortal aún más impredecible. El valor de las cosas había cambiado. Las riquezas, ahora, estaban más abajo, sobre y bajo los pies. Las anomalías escupían artefactos misteriosos con propiedades que todos anhelaban conocer y tocar, vender, experimentar.
Artefacto tras artefacto, leyenda tras leyenda, anomalía tras anomalía. El mundo no tenía sentido en una zona enferma de raíz, en un pasto que se engullía a sí mismo, al borde de un vórtice de muerte.
Kampa ya empezaba a estar harto de esta situación. Hacía días que no encontraba nada útil por los alrededores de la meseta del Oeste, una zona de actividad relativamente relajada. Los artefactos escaseaban y La Zona cada vez se mostraba más y más indomable, gestando criaturas mutantes y aberraciones peores. Ir por cuenta propia era jugar a la ruleta rusa, pero cargando toda la recámara del revólver. Morir era cuestión de tiempo:
-O te pegan dos tiros en la cara, o te mueres de hambre -mantenía siempre Kampa-. Esos hijos de puta con detectores Veles se están haciendo con el contrabando. Pss, y todavía tienes suerte si te dan los dos tiros por la cara y no por la espalda.
Lo que se vendía, en comparación con lo que se compraba, no tenía ni un sólo punto de equilibrio. Y menos para un libre explorador de La Zona, un rastreador de basura. Se gastaban más dinero en balas contra mutantes y cabrones que en cualquier otra cosa. Y las balas se hacían desear. Una bala costaba muchísimo más trabajo y dinero que las provisiones de todo un día, porque el hambre podía esperar en silencio, pero la vida no. Era como si un concepto y el otro se hubieran desentendido completamente.
Kampa empezaba a desesperarse. Se sentía atrapado y asfixiado, como si toda La Zona fuera una gigantesca habitación con el pestillo cerrado. Aquello le suponía una tortura tan mortífera como necesaria. Era la desdicha de casi todos los Stalkers, odiaba a La Zona tanto como la necesitaba para vivir. Cumplía condena en una cárcel que el azar o el infortunio -o ambas cosas- le había destinado.
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