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TEMA: SeCh - 08 - Catástrofe

SeCh - 08 - Catástrofe 15 Nov 2010 18:43 #1172

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Un nuevo episodio. Cosas cada vez más bizarras van apareciendo, revelando los poderes del Shinigami.



Catástrofe


1552 horas, 6 de Junio de 2013, Entrada Sur, Almacenes Militares, La Zona.

La lluvia había cesado hace poco y el viento se llevaba las nubes. Éste, aún más frío que de costumbre gracias a la humedad, hacía tiritar incluso a algunos mutantes aquella tarde.
Desde la cima de una colina, un chupasangre observaba atento sin miedo a ser descubierto. Estaba de pie, parecía relajado, de vez en cuando movía su cabeza sobre uno de sus hombros, para minutos después moverla hacia el otro hombro, siempre con la mirada fija en aquella carretera angosta de un viejo concreto sin asfaltar. Parecía estar durmiendo.
El frío no le inmutaba, sus manos estaban azuladas y le dolían, pero no les daba importancia. Había algo en ese aire que mantenía a la bestia en un constante estado de nirvana, o más bien sonambulismo.
Por la carretera “vigilada” por el mutante, pasaron cuatro personas, una de ellas era varón. A pesar de que su mirada, bajo aquel casco de apariencia espacial, era tranquila e indiferente, se notaba antigua furia residiendo en sus cejas, sus párpados, sus irises.
Las tres mujeres que viajaban junto a él, se escondieron en los arbustos cercanos, y aquel hombre comenzaba su ascenso por la colina opuesta a la del chupasangre. Un hombre sentado en una suerte de campamento o punto de control le apuntó al ver que llevaba una gabardina de bandido con la capucha puesta.
El sujeto alzó las manos, revelando que llevaba un traje SEVA debajo del abrigo negro y el hombre del campamento comprendió que la gabardina servía como camuflaje. Le invitó a sentarse y le pidió que le contara su historia. El hombre del traje SEVA le dijo que entró buscando matar a alguien y, durante su misión, le robó ese abrigo a uno de los bandidos que intentaron robarle a él.

– Entonces, le corté la cabeza. Creo que avanzo rápido.
– Y que lo digas, tío. Tus historias suenan geniales. Por mi parte, soy un stalker reservado que lleva casi cuatro años aquí. Gracias a Dios, jamás vi a un maldito chupasangre, no sé qué haría si me cruzara con uno.
– ¿Y qué haces para divertirte, Porky?
– Bueno, hay un lugar, escondido, fuera de los mapas de stalkers. Es difícil llegar ahí. Bah, son varios lugares, pero hay uno cercano al Norte de aquí. Fueron hechos por mercenarios rusos hace tiempo, quienes decidieron quedarse a cuidar dichos lugares.
– ¿Qué lugares?
– Tú sabes… lugares donde los hombres se divierten, porque… já, las mujeres no podrían sobrevivir en la Zona.
– Entiendo, entiendo. Tengo un amigo al que le interesaría, está en el Vertedero ahora. ¿Podrías darme la ubicación de todos esos lugarcitos? Digo, es para ver cuál le queda más cerca, porque él viaja con mucha frecuencia.
– Claro… listo, ya los he marcado en tu mapa a todos, Sombra.
– Muchas gracias.

Porky volteó para tomar su mochila del suelo. Cuando miró al sujeto de negro, un cañón de Vintorez estaba apoyado en su frente. El metal frío le produjo un escalofrío que recorrió todo su cuerpo. Antes de poder siquiera darse cuenta de lo que sucedía, estaba tirado en el suelo, mirando el cielo que se había despejado. Sangre brotaba de su frente y caía por los costados de su rostro. El asesino se acercó para que su víctima viera su casco, y luego le dijo al futuro difunto «Y mi nombre no es Sombra… Yo soy la Muerte hecho Hombre. Kon… ban… wa…». Una pequeña ráfaga de disparos acabó con lo que le quedaba de vida, mientras las tres mujeres se acercaban.
Shinigami le lanzó la PDA a una de sus escoltas, pues le pertenecía a ella. Luego tomó la PDA de Nika y le marcó manualmente en su mapa la ubicación de todos los “campos de concentración” de las mujeres que eran traídas como prostitutas. Entonces, le dio la PDA de Porky a su otra escolta, Rosa, una de las chicas que peleaba en la Arena. «Es hora de irnos» expresaba mientras encendía su propia PDA, que se encontraba antes en su mochila, apagada.
Al descender la colina, el chupasangre sonámbulo despertó y saltó con una velocidad extrema sobre Shinigami, sujetándolo por los hombros. Las mujeres tomaron sus armas y abrieron fuego sobre la bestia. No era un chupasangre conocido, era el último sobreviviente de los chupasangres del pantano, aquellos que tiene una pseudo-capacidad para volar. Usurpando el cuerpo del asesino, flexionó sus piernas para saltar y llevarse a su nueva cena al pantano hacia el Este-noreste. Al iniciar el salto y avanzar doce metros de distancia en una fracción de segundo, soltó su cena, que cayó en el suelo, rodando, alejándose más de su grupo. El Shinigami había utilizado su daga para cortar las venas del brazo de la bestia mientras forcejeaba.
Se puso de pie, sujetándose las costillas. El chupasangre lo imitó y comenzó el avance. Una pelea había comenzado entre las garras del mutante y la daga del asesino, todos los ataques eran bloqueados, resultó imposible decir cuál ganaría. Entonces, el asesino se detuvo, como paralizado. El monstruo hizo igual, pero abriendo sus ojos de asombro y dejando caer sus tentáculos con flacidez. Se arrodilló y murió abrazando la tierra de pasto negro, Chernobyl, mientras varios agujeros en su cuerpo, provocados por la daga del asesino, se volvían manantiales de los cuales brotaba sangre sucia. Las Hela se acercaban corriendo. El asesino había terminado cerca de las ruinas del pueblo, al Noroeste de las edificaciones militares, una base de los Stalkers Solitarios.
De repente, el suelo se estremeció y todos cayeron. Las tres mujeres reconocieron el suceso y comenzaron a correr hacia un sótano, escuchando los gritos de los Solitarios que decían «Por aquí, rápido». El cielo en el Norte se ponía rojo, las nubes comenzaron a avanzar desde la Central Nuclear expandiéndose por toda la Zona. Para Shinigami era difícil ponerse de pie; comenzó a correr casi agachado, estaba mareado y sentía un ardor en todo su cuerpo; sus costillas fisuradas estaban inflamadas. Avanzaba unos cuantos metros y volvía a caer, los pequeños sismos apenas lo desequilibraban en comparación con lo que la emisión inminente le provocaba en su cabeza. Un rayo de luz dorado, cruzando de Norte a Sur, dividía la enorme nube en dos mitades. La cual se fragmentaba en más nubes, todas volviéndose de color rojo. El asesino alcanzó a llegar a la calle del pequeño pueblo abandonado, donde solían habitar chupasangres, pero ahora estaban muertos esos mutantes, muertos pues ese territorio pertenecía a los Stalkers. Una onda traslúcida progresaba desde el Norte, matando a todos los seres vivos con conciencia, y volviendo el cielo y las nubes completamente rojas, así como el horizonte a su paso.
Shinigami estaba a tres metros de la casa con el sótano a donde habían entrado las chicas, intentando correr, tropezando y resbalando, con la mano izquierda sujetando su caja toráxico y la derecha extendida hacia abajo, para, cuando tropezaba, intentar no caer por completo al suelo y poder seguir corriendo. La onda lo golpeó cuando estaba a 30 centímetros del portal del refugio, y siguió avanzando con la misma velocidad consumiendo la vida en la Zona. Shinigami extendió su mano en dirección a la puerta de entrada de la casa. Vio una imagen fantasmal: un hombre corpulento de tez oscura y cabello atado en una larga trenza negra que llegaba hasta las rodillas, con un parche rojo en el ojo derecho, vistiendo pantalones negros solamente.
El tiempo pareció detenerse. La alucinación, la imagen fantasmal, comenzó a caminar hacia él y le tomó la mano izquierda del asesino. Ese fantasma seguía de cerca al Shinigami desde un par de meses atrás.
El tiempo volvió a su cause normal. Ya no se podía ver a imagen traslúcida de aquél hombre del parche. El cuerpo de Shinigami quedó rígido y cayó.
La emisión pasó. Las Hela salieron de su escondite, sanas y salvas. Nika verificó que su amigo siguiera respirando y luego emprendió la marcha hacia donde estaba el viejo Cauterizador Cerebral, apagado hace un año. Las otras dos mujeres, dieron vuelta el cuerpo de su custodiado y le quitaron el casco. Tenía los ojos abiertos. Tenía las escelaras negras y las irises doradas. Parpadeó. Y las mujeres gritaron asustadas.

– Chicas… chicas, no veo… No veo… No puedo ver… –parpadeaba con fuerza, sentándose, pasando sus manos frente a sus ojos– ¡No puedo ver! ¡¡¡No puedo ver!!!



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