Resubo uno de mis viejos relatos, supongo que habrá camaradas que no lo han leído
Una deuda
Aquella caja nociva, que agónicamente trasmitía imágenes que parecían venir de otra realidad, había dejado de funcionar. Ahora mas que nunca cada uno se perdía en la propia trasmisión de sus recuerdos, obligados a ver una película que seguramente habían visto cientos de veces, tratando inútilmente de que el protagonista tome otra decisión.
Este lugar se ha convertido en una parada frecuente, es un buen lugar para alguien como yo: un historiador de la Zona.
Otro vaso de vodka vacío y ya no hay más sustento, los relatos no pagan tanto como meterle una bala en el cráneo a alguien, pero esa no es mi naturaleza. Las sombras se hacen largas como la pena en mi corazón, el alcohol que enturbia mi vista me ayuda a olvidar el dolor. Y este bar que tan alegre fue en otros tiempos, hoy es el refugio de tantos que como yo prefieren ahogarse en la oscuridad. Como este lastimoso acorde negro que baña mis oídos de angustia y espera; porque aquel soldado de Deber que lo ejecuta, igual que yo, espera que su destino venga a buscarlo. Impaciente, aguardando para mostrar que es digno de su final, porque no importa el momento en que llegue, sino el cómo.
Un sonido metálico cortó por un instante el silencio melódico, aquel acorde ya era parte de este mundo. Seguramente el cantinero estaba preparando alguna de sus insípidas excusas de comida.
El Deber seguía inquietando a su guitarra con la mirada fija, tan fija como su melodía, en la entrada.
Un Mercenario entró mirando directamente a la mesa del Deber, también sabedor de su destino, los pocos que prestaban atención a los aletargados movimientos de la atmosfera de Los 100 Rads se sorprendieron, como de seguro lo habría hecho yo mismo de no haber estado esperando ese encuentro. Nadie imaginaba ver un Mercenario entrando sin preocupación al Bar, pero también los guardias de la entrada lo habían estado esperando para permitirle la entrada.
En otros tiempos recuerdo haber visto a estos dos entrelazarse entre plomo y acero, codo a codo dispuestos a tomar una bala por el otro. Pero la vida los había encaminado por sendas diferentes. Todo intento de felicidad en este punto particular de la tierra, termina por desviarse hacia un inevitable acantilado.
El Deber oscuro, aun más oscuro por la noche que ganaba terreno en la Zona, llamó al mercenario hacia afuera para terminar con lo que habían estado esperando tanto tiempo. Se alejaron un trecho de la base por el camino al vertedero, ahí donde las jaurías de perros habían establecido su propio Bar, caminando como viejos amigos. El cielo hacía del paisaje un todo sombrío.
Se detuvieron, el Deber dejó su arma en el suelo, sacó su cuchillo de la funda y dijo: “solo una cosa…quiero toda tu habilidad y coraje en esto, como cuando acabaste con mi hermano”.
El Mercenario no dijo nada, pero su mirada cambió, tato como cambiaria el destino de ambos.
La luna brillaba en el cielo queriendo anunciar algo, algo que nunca nadie puede entender, o que nadie quiere saber y que se pierde como una luz mortecina sin ser vista. El acero del Mercenario iluminó de rojo la cara del Deber, el final había comenzado.
Las nubes, ocultas por el velo de luto, comenzaron a llorar lo que la luna no pudo decir. Las siluetas de los perros se dibujaban dubitativas en el horizonte, quizás en respeto a dos guerreros honorables, o tal vez ya eran cadáveres. Los curiosos de turno, yo entre ellos, guardaban la misma distancia, en parte a causa de los guardias de Deber que no los dejaban avanzar, pero en mayor parte porque habían visto la mirada de los hombres que ahora eran tres con la muerte. Nadie en su sano juicio habría querido interrumpirlos.
El Deber, como en una danza que hubiese ejecutado por años, amagó una estocada a la cara y terminó por hundirse en el vientre del mercenario; pronto vino otra, esta vez creo que fue por piedad, sabiendo que todo había terminado. Pero tratando de que fuera rápido, en respeto al mercenario que había vuelto a saldar su deuda.
La vida se deslizo lenta como una caricia final. Desde la entrada de la base pude ver que dejaba clavado su cuchillo en la tierra, junto al mercenario, tal vez como punto final de esta triste historia.
Ahora su figura se recortaba en el horizonte y se volvía uno con la tierra y el cielo, como aquel que ha cumplido su destino, que ha llegado a su fin.
Jota Zombie – 20 de abril 2009
En memoria del Gran José Hernández.